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jueves, 11 de septiembre de 2008

Mi padre

He tardado menos de 5 minutos en ir y volver a la tienda de fotografía de la esquina. Ahora me parece lo más natural del mundo, pero antes, en mi vida rural, debía coger el coche y desplazarme 10 km para revelar un simple carrete. Esta vez ya no revelo carretes, bastante tengo con la cámara digital.

Esta vez he ido a la tienda para recoger una ampliación de la última foto de carnet que se hizo mi padre. De hace doce años. Diez años antes de que muriera. Mirando su rostro moreno lleno de arrugas, su frente despejada, su pelo blanco, su sonrisa eterna, me han llegado muchos recuerdos. He descartado de inmediato los del último año de su vida. Demasiado duros. Así que he decidido recordarle montando su vieja bici, yendo al pueblo a por cualquier recado que le hubiese hecho mi madre, o yendo al campo a cavar las olivas (en mi pueblo no dicen olivos, sino olivas), o a recoger la aceituna. Nunca supo conducir un coche, ni falta que le hizo. En su bici llevó tomates y judías y pimientos de la huerta de la que estaba tan orgulloso; llevó sacos de aceitunas; llevó bolsas de víveres de la lista de la compra que mi madre le daba; me llevó a mí.
No suelo recordale mucho, me causa demasiado dolor. Pero hoy se lo merecía.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Se trasluce tu dolor profundo. Es parte de ti, míralo cara a cara de cuando en cuando y bésale. Te hará más fuerte, Alice.

Alicia dijo...

Así es Yvi, tanto el dolor como mi padre ya son parte de mi ser para siempre...A veces noto su fuerza. Ahora la necesito más que nunca.