Apenas pude dormir aquella noche, entre los truenos y los relámpagos de la tormenta veraniega, y los nervios por la entrevista del día siguiente. Era mi primera entrevista de trabajo, recién acabada la carrera de informática, en una empresa de servicios informáticos, en pleno centro de Madrid. Muerta de sueño, di al interruptor de la lámpara de la mesilla y la luz no se encendió. «Volvieron a saltar los plomos, joer», pensé furiosa. La tercera vez en lo que iba de verano en este maldito pueblo. Con ayuda de una linterna, conseguí ducharme y desayunar un vaso de leche semidesnatada. Me vestí con mi único traje, comprado hacía dos semanas en Toledo, un traje de verano de chaqueta y pantalón color canela y blusa beige. Miré el reloj de la cocina y vi que iba a llegar tarde para coger el autobús de las siete de la mañana, el primero que salía de mi pueblo, Tocecanto del Pedernal, en dirección a la capital, así que caminé todo lo deprisa que pude por el camino medio asfaltado que separaba mi casa del pueblo, y justo antes de llegar a las primeras casas, tropecé con un pedrusco y caí al suelo de bruces con todo mi peso. Horrorizada, vi que el pantalón se había roto a la altura de la rodilla izquierda. «Bueno», pensé, «en el autobús lo remendaré con la aguja e hilo que suelo llevar en el bolso», que como dice mi madre, «mujer previsora vale por dos».
Llegué a la parada y me extrañó que no hubiera nadie, a pesar de ser lunes y faltar sólo diez minutos para que pasara el autobús. Me senté en el banco lleno de pintadas y pipas por el suelo y traté de calmarme respirando hondo. Pasaron cinco, diez, veinte y treinta minutos. A las siete y media, pasó el madrugador de Basilio, un pastor de ovejas ya jubilado, con su eterna boina y su garrota, y me anunció que hacía dos semanas que habían cambiado la parada de sitio, que ahora estaba tres calles más arriba. Así que como el autobús ya estaba perdido y bien perdido, decidí hacer autoestop, aunque no me gustaba nada de nada, pero siempre solía pasar algún conocido que iba a Toledo o a Madrid a currar, y me podrían llevar hasta el pueblo cercano, Almendral de la Cañada, por donde pasaban los autobuses con dirección a Madrid cada media hora.
Me fui hasta la salida del pueblo, junto a la iglesia, y media hora de espera después pasó un coche, conducido por Paulino, el hijo del carnicero, y me subí en él. Era una furgoneta blanca con un letrero en letras azules que decía: «Carnecería Gutiérrez», con más arañazos y abolladuras que zonas sanas. Avanzamos por la carretera llena de baches, que el alcalde se negaba a volver a asfaltar alegando la falta de presupuesto, que sin embargo aumentaba milagrosamente cuando se trataba de subir el sueldo a todo el consistorio, o cuando había que organizar las fiestas de San Antonio de Padua, patrono del pueblo, por todo lo alto. En uno de esos baches, que más bien era un socavón, la furgoneta dio un brinco y la rueda delantera derecha hizo un ruido extraño. “Joder, hemos pinchado”, dijo Paulino. Y se bajó de la furgoneta para arreglar el pinchazo, porque encima no tenía rueda de repuesto. Le dí las gracias amablemente por el corto recorrido y me encaminé por el arcén izquierdo hacia el pueblo cercano, total, me dije, sólo eran unos cinco kilómetros, aunque ya empezaba a hacer calor. Cuando por fin llegué a Almendral, unos 50 minutos después, estaba tan sucia por el polvo del arcén y tan sudorosa y con el pantalón roto además y era tan tarde, que lo único que se me ocurrió fue que no tenía que ir a aquella dichosa entrevista, porque con esas pintas sería un milagro que me cogieran. Así que llegué a la parada del autobús que iba en dirección a mi pueblo (esta vez me aseguré bien de que era esa la parada, preguntando a varias personas), y me senté a esperar, tan tranquila. Otra vez sería.
5 comentarios:
Mamma mía. Qué odisea. Qué bien me lo he pasado leyendo esos nombres de pueblos tan curiosos. Parece que hasta he estado allí. Un besillo.
Me gusta como escribes... volveré.
Vaya odisea, un dia completo y muy bien descrito. Aunque cosas asi, fortalecen el carácter.
Seguiré en las sombras...
xD
Tu punto cronópico crece... claro que hay circunstancias que te hacen serlo. Aun así, en esta historia hay otro punto. Es un intento frustrado de huida. Los guardias te pillaron cuando salías del túnel...
Yvi, esta historia es totalmente inventada, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia...
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