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lunes, 5 de enero de 2009

Vacío y agua


Cuando David salio por la puerta, Sandra se sintió vacía una vez más. Desnuda bajo la bata de raso, agotada, excitada, contradictoria y vacía: “…gitana que tú serás, como la falsa moneda, que de mano en mano va y ninguna se la queda…”. En su cabeza sonaba una y otra vez la dichosa canción.

Sandra aún sentía en la boca su sabor, después de un par de horas de ejercicio intenso en la cama. El mejor ejercicio que Sandra conocía. Era algo que no podía contar a sus amigas, ni por supuesto a su madre. Algo que la hacía sentirse segura, satisfecha… y vacía. Sintió una desazón en el centro del pecho que le subía hacia la garganta. Lo cortó a tiempo antes de que saliera. Agarró el abrigo negro, largo hasta los pies, que estaba colgado en la percha de la entrada, se lo puso encima de la bata, y salió a los tres grados centígrados de la calle sobre sus zapatos de tacón alto. Ya eran las once de la noche, pero sabía que la tienda de los chinos aún estaría abierta.

Entró en la tienda abarrotada de estanterías llenas de todo lo que Sandra podría necesitar. Detrás del mostrador estaba el dueño del establecimiento, un chino alto y atractivo, de sonrisa fácil. Le saludó sonriente y cruzó la tienda con seguridad hasta la nevera con puerta de cristal. Sandra cogió dos botellas de cerveza de un litro y las dejó en el mostrador. El chino estaba hablando por teléfono. Sandra deseó saber el idioma oriental para entender esa conversación que parecía tan interesante y animada. Sin dejar de hablar con su compatriota, el chino le dio el cambio (“cualenta céntimos”) y las gracias mirándole a los ojos. En el fondo de la tienda, la mujer del chino daba una papilla a su bebé.

Sandra salió de la tienda sintiéndose mal sin saber por qué. Algo le apretaba la garganta y no le dejaba respirar. Por la calle pasaron dos coches y un par de transeúntes abrigados hasta las cejas se cruzaron con ella por la acera. Subió corriendo a su piso, tan cálido por la calefacción. Sintió la cerveza tan fría recorriendo su garganta. Enfriando el calor insatisfecho que sentía entre las piernas. Sentada en el sofá verde, escuchando la tele sin saber qué decían (no era capaz de soportar el silencio y encendía la radio o la televisión en cuanto entraba en su casa), rellenó el vaso una vez más. Sandra intentó concentrarse en el color dorado y la espuma blanca de su vaso para no pensar. El sabor amargo que llenaba su boca le curaba de sus propias amarguras.

Recordó la conversación con David:
—¿Sales esta noche?
—No creo.
—Pero mujer, llama a tus amigos y sal.
—No tengo amigos. Los que tenía están muy ocupados con su propia vida.
—Ay, me estás deprimiendo. Bueno, me tengo que ir, he quedado para cenar con la peña.

Sandra guardó silencio. Le acompañó hasta la puerta y le dio un beso en los labios. Quizá el último.
—Sé buena —le dijo él a modo de despedida—, y sal por ahí...

Sandra sonrió de medio lado. “Sé malo…”, pensó.

Volvió a rellenarse el vaso de cerveza, ya se había acabado la primera botella. La televisión seguía echando imágenes sin sentido. Recordó que en el fregadero se amontonaban los platos sucios y las botellas vacías en un rincón de la cocina. En el dormitorio la ropa se apilaba en las sillas y los condones usados en el cesto de la basura.

Se levantó de un salto. Se desnudó, entró en el baño, abrió la ducha, y cuando el agua salía caliente, casi hirviendo, se metió dentro, cerró la mampara, y se dejó escaldar. Mientras el agua caía sobre ella, rompió a llorar, las manos apoyadas en la pared. Lloró a gritos bajo la ducha. Las lágrimas mezcladas con el agua. Sin pensar en nada, sin saber por qué lloraba. Solo necesitaba llorar. Su piel estaba colorada cuando sus lágrimas acabaron. Se puso el albornoz y se sentó en el sofá mirando la televisión sin ver nada. Sin sentir nada.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me parece una historia desoladora, Alice. La leí ayer, pero no pude hacer comentarios. Me quedé con la boca abierta, sin saber qué decir. Es la quintaesencia de la soledad. Jodidamente real. Alice, ¿cuánta gente crees que es feliz en esta ciudad?

Alicia dijo...

Realismo sucio, lo llaman, Yvi.
En esta ciudad, en este país, en este mundo... a saber. Pero más que saber cuánta gente es feliz, me preocupa más alcanzar mi propia felicidad, contra viento y marea. Y mira que cuesta...

Anónimo dijo...

Ten paciencia, Ali. Tarde o temprano encontrarás tu propia felicidad en el lugar y el momento más inesperados. El tiempo pone a cada uno en su lugar y tú te mereces uno de los mejores.

Alicia dijo...

Uy, Nex, no siempre se consigue lo que se merece... Así es la justicia ¿divina? o lo que sea