Mientras se dejaba abrazar y besar en brazos de su amante, Sira constató una vez más que le resultaba mucho más fácil desnudar su cuerpo que desnudar su corazón. Para ella era una liberación despojarse poco a poco de la ropa, de esa coraza que le cubría cada día por la calle. Mostrar su piel, sus curvas, sus imperfecciones y sus virtudes físicas, sentirse deseada y desear a su amante le producía placer y seguridad. Le conectaba con su parte irracional más que ninguna otra cosa. Dejaba de ser ella misma para ser una gata en celo, entregada por completo a su macho.
Pero Sira mantenía su corazón bajo siete cerrojos. Pocos habían conseguido superar siquiera la primera barrera. Su intimidad era como un laberinto del que ni ella misma sabía cuál era la entrada ni mucho menos la salida. Eso le producía un sufrimiento que el placer físico que le proporcionaban sus amantes no era capaz de superar.
Así que cuando su amante salía por la puerta dejándole un beso en los labios y su olor en la piel, Sira a menudo se quedaba seria, muy quieta, en medio de la habitación. Y las lágrimas empezaban a correr por su cara.
2 comentarios:
Si sólo has penetrado el cuerpo de una mujer, pero no su alma, tu noche no ha sido más que una masturbación sofisticada...
Y de eso se da cuenta el hombre, si es lo bastante sensible. Y la inmensa mayoría sólo se conforma con eso...qué triste. Por eso las excepciones destacan tanto.
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