Páginas

miércoles, 23 de septiembre de 2009

El dolor


Empieza como un cosquilleo, una sensación indefinida que se va convirtiendo en desazón, un escozor que va aumentando. De repente, surge el dolor en todo su esplendor, puro, ardiente, como un cuchillo afilado clavándose hasta el fondo y ahogándome por dentro.

Los detonantes pueden ser varios, imprevisibles e inesperados: una anécdota que cuenta alguien, una frase oída en el telediario, dos palabras de una canción, un gesto, el sonido de una voz.

Y pueden ocurrir varias cosas. O me contengo para que sólo se humedezcan los ojos, o me abandono al dolor y me pongo a llorar a gritos bajo la ducha, o me tomo cualquier sustancia legal que me anestesie lo suficiente.

Y cuando siento que ya no puedo aguantar más el dolor, intento pensar en algo muy desagradable, como un plato roto, o un conejo atropellado en medio de una carretera comarcal, o una estilográfica sin tinta, o una bomba termonuclear estallando en China. Y parece que el dolor se alivia.

Si el dolor no se alivia, viene lo peor. Durante las siguientes horas, piense lo que piense, haga lo que haga, y aunque lo que desencadenó el ataque doloroso ya no exista, el dolor sigue ahí escondido, latente, agazapado, listo para saltarme al cuello en cualquier momento, cuando esté más desprevenida, y entonces sé que será irremediable.



1 comentario:

Ysabel dijo...

Te tienes bien escaneada. ¡qué duro sentir lo que sientes! te echamos en falta en nuestro foro, date una vuelta...que nos tienes un poco abandonados.