Me recorre todos los nervios. Desde la punta de los dedos hasta la espina dorsal. Como un calambre. Como un látigo tenue. No es dolor, pero es desagradable. Se detiene largo rato en mi garganta y en el centro de mi pecho. Y vuelve a recorrer el camino de vuelta, como un relámpago. Es extraño, sólo lo siento cuando no te siento. Cuando estás lejos. Cuando dudo de tí, de mí y de todo. Por el solo hecho de existir, de haberte encontrado.
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