Qué buenas las lágrimas, que curan las heridas del alma.Qué sabias las lágrimas, que sanan los dolores del alma.
Qué dolorosas las lágrimas, que escuecen cuando las heridas están infectadas.
Una carrera corta y vuelo por el aire. El viento me lleva sobre la peña. Silva en mis oídos. Me acuna suavemente. Vuelo sobre la ladera, sobre el valle, cada vez más alto. No puedo imaginar nada más liberador. Vuelvo a recordar cuando ella salió por la puerta por última vez. Cuando me dio el último beso. "El beso final", lo llamó ella.
Agobiada, estresada, cabreada, irritada, deprimida, frustrada, ofuscada.
La luna es mentirosa, fue lo primero que aprendí sobre la luna. Cuando crece, forma una D. Cuando decrece, forma una C.
Relax. Tranquilidad. Nada que hacer. Nada que yo no quiera hacer. Nada que me oblique nadie a hacer. Todo el tiempo del mundo. Toda la libertad del mundo. O casi toda. O eso quiero creer. Hasta nueva orden, todo mi tiempo es mío, sólo mío. Y pienso disfrutarlo.
Me sumerjo en tu cuello, para perderme, para desaparecer. Mientras me abrazas, mis labios recorren esa fina piel que palpita, al borde de tu camisa. Y todo se esfuma (la música y los amigos y las copas), y respiro más fácilmente, y algo se abre dentro de mí y siento que he llegado a casa por fin, después de tanto tiempo desterrada.
Es de madrugada, la calle del mercado está desierta, con bolsas y papeles por las aceras, con jóvenes de botellón en los bancos. Camino agotada sobre mis plantas, mis ojos resecos, los árboles dormidos, los camareros recogiendo las terrazas. La ciudad se prepara para dormir. Yo quiero mantenerme despierta. La noche es muy corta y el día demasiado largo.
Se siente vértigo ante un camino nuevo, como junto al borde de un precipicio. Quieres dejar atrás lo viejo, avanzar y recibir lo nuevo, pero da mucha pena. Duele arrancarse lo viejo, lo que te ha servido durante meses, quizá años, y enfrentarse desnuda a lo nuevo, a lo desconocido, aunque sea mejor que todo lo pasado. Comienzas a andar titubeante por la senda sin explorar, casi tambaleando das unos pocos pasos. Supongo que según avanzas te vas sintiendo más segura y el paisaje resulta poco a poco conocido y familiar y hasta llegas a pensar que ya habías estado allí, quizá en otra vida. Pero el vértigo inicial, aquel que te paraliza en la linde, que te clava los pies al suelo y te hace dar vueltas la cabeza, ese no te lo quita nadie.