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jueves, 8 de noviembre de 2007

Sexo



Respira con dificultad mientras sube la cuesta en dirección a su casa. Las articulaciones crugen levemente y los músculos tardan en reaccionar. El aire es frío. La luz del sol destella.
Se detiene para recibir sus rayos en la cara, con los ojos cerrados. Y un chispazo del recuerdo surge en su memoria.

Él con el torso desnudo. Los ojos semicerrados, los labios entreabiertos, los músculos tensos. Ella recorriendo su piel centímetro a centímetro. Desde el tatuaje de la pierna hasta sus labios jugosos. Notando su propio palpitar íntimo, el temblor que no conseguía ni quería evitar.
Su gesto de concentración, de entrega total al placer, esa expresión que ella adoraba y era incapaz de reproducir luego en su cabeza.
Sus labios recorriendo su cuello, su boca, sus pechos.
Su miembro buscando los rincones cálidos. Su consciencia perdida, su ser disuelto, sus respiraciones agitadas. El instante eterno que no acaba de llegar y pasa demasiado velozmente.

Luego la charla tranquila, las risas, el relax de los músculos. Hora y media. Sólo hora y media.
Él se viste, sin parar de hablar ni de sonreír. Se frota el pelo y los ojos, se despereza para poder conducir. Debe regresar a su casa. Debe trabajar al día siguiente....

Ella suspira con los ojos cerrados. Han pasado tantos años, tantos besos, tantos ojos, tantas pieles, tantos cuerpos diferentes por su vida. Abre los ojos. Una sonrisa se dibuja en su rostro. Todo está bien, piensa, todo está bien. Y retoma el camino final hacia su casa.

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