Páginas

domingo, 11 de noviembre de 2007

Soledad


Abro los ojos. Ya es de noche. Poco a poco voy descendiendo del mundo de los sueños que me han procurado las pastillas mágicas, pero tengo la cabeza embotada, y una deliciosa laxitud en todos mis miembros. No quiero salir de bajo las mantas.
Me incorporo cuidadosamente, comienzo a notar el mareo. La asuencia de sensaciones y emociones es tranquilizadora.
Me visto despacio, como flotando. No quiero dejar de flotar, no quiero sentir la dureza de los muebles, de las texturas, la dureza del mundo, el frío de la calle.
Salgo a la calle, mareada aún, respirando el aire frío que no consigue vivificarme. Compro lo indispensable para subistir el día de hoy.
No puedo evitar que él siga dando vueltas y vueltas dentro de mi cabeza, como un trompo enloquecido.
Regreso a mi casa, bamboleante. Todo está cubierto de una sensación de irrealidad. Como si me hubiesen dado la vuelta como un calcetín.
Él no se va de mi cabeza. Sus últimas palabras, sus últimos gestos, la expresión de su cara. Aún no lo he asimilado. Cómo es posible que ya no quiera saber nada más de mí...
Consigo reaccionar. Sacudo la cabeza, como para librarme de un mal sueño. Se acabó. Es doloroso, cierto, Pero se acabó. No queda otra salida.
Uno más que tendré que arrancar de mi corazón y añadir a la lista de los pudo ser y no fue...

No hay comentarios: