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sábado, 10 de noviembre de 2007
Descanso
Sol deslumbrante. Cipreses erguidos. Mucha gente hablando.
El suave tacto de las flores en mis yemas. Guantes finos, tijeras de podar, tallos cortados. Las blancas en un lado, las amarillas en otro, las moradas y rosas más allá. Las rojas en un montón aparte.
Letras plateadas cubiertas de polvo que mis manos intentan limpiar con un trapo, mientras mis ojos me escuecen, y comienzan a lagrimear.
Lo llaman el día de todos los Santos. El día de los difuntos. El día de los que no están. El escozor y el nudo en la garganta son insoportables y dejo brotar el manantial.
Nunca más, nunca más. Los que se fueron, no volverán nunca más.
Mis manos apolladas en la lápida, mi cabeza inclinada, mis rodillas tiemblan. La congoja va aminorando poco a poco, hasta que se calma. Me seco los ojos. El sol sigue brillando con fuerza. La gente sigue charlando. Las flores derraman su aroma.
Continúo con la entretenida tarea de limpiar la lápida, cortar las flores, formar un ramo más o menos bello y aceptar que los seres queridos no regresarán más... Nunca más.
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