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lunes, 24 de noviembre de 2008

Os aseguro que estaba de buen humor cuando subí al autobús 27. Había pasado una jornada laboral tranquila y me dirigía a casa (hogar, dulce hogar). Me sentía casi eufórica. Pero bastaron una decena de paradas a lo largo de la castellana, y un par de canciones de Sabina para que mi ánimo cayera bajo cero, exactamente igual que la temperatura exterior. Cuando me bajé del autobús 49, ya de noche y bajo la lluvia, me sentía casi deprimida, sólo deseando llegar a casa, descalzarme, poner la calefacción y tomar algo que me animara. Qué forma más rápida y desconcertante de cambiar que tienen las emociones algunas veces. ¿O esto sólo me pasa a mí?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo también me subía al 27, ¡que años! parece que todo ocurrió en otra vida... y no, no estas sóla en los cambios de humor, en eso te acompaño.

Mafalda dijo...

YO NO ME SUBO AL 27 Y NO CREO QUE LO HAGA NUNCA... VAYA... VIVIMOS EN PAISES DIFERNETES... PERO ME HA PASADO IGUAL CUANDO SUBO A MI AUTO... ENTONCES DE REPENTE YO MISMA ME DOY CUENTA QUE DE SEMAFORO A SEMAFORO SE ME HAN IDO LAS ILUSIONES DEL ANTERIOR SEMAFORO...

ES COMO SI DE REPENTE ESTUVIERA LA LUZ EN VERDE DE MI VIDA... Y PARARA EN SECO TODA SONRISA UN GRAN FARO ROJO...

NO.. EN ESO NO ESTAS SOLA.. Y ESA ES LA REALIDAD DE MILLONES DE PERSONAS...

SALUDOS!

Alicia dijo...

Me alegro de no estar sola, aunque me sienta así...