Vaya, otro mal día.Y yo sigo con esta manía de anunciarlo a los cuatro vientos.
Me falta algo.
Hay que estar preparados, dices, para lo que va a suceder.
¿Cómo?
Podemos mirar el pronóstico del tiempo
(tal vez incluso el horóscopo),
dedicar los días a preparar paraguas e impermeables,
hacer que reparen las tejas rotas,
pavimentar los caminos de tierra
que tendremos que recorrer.
Podemos imaginar con todas nuestras fuerzas
cómo será cuando llueva (y dejar, mientras tanto,
de disfrutar del sol
que resplandece ahora mismo en la plazuela)
para hacernos una idea (¡una idea!) de cómo será y qué haremos
Pero cuando la lluvia llegue
habrá igualmente
agua, salpicaduras, barro,
y el sol estará cubierto por las nubes;
será así, no una idea, y tal vez ni siquiera se parezca a lo que habíamos imaginado.
¿Qué haremos entonces?
¿Encerrarnos en casa e imaginar cómo será cuando deje de llover
para así dejar de sentir la humedad en el aire?
¿Mirar el pronóstico del tiempo,
el horóscopo, para saber cuándo va a salir el sol de nuevo?
¿Imaginar cómo es un día de sol resplandeciente y qué haremos entonces?

Me imagino acurrucada, entre tus brazos, cuando te encuentre.
Malo, muy malo, de principio a fin, a pesar de no ser martes. Y eso que todo me va bien, menos lo que más me importa. O creo que debería importarme.
Os aseguro que estaba de buen humor cuando subí al autobús 27. Había pasado una jornada laboral tranquila y me dirigía a casa (hogar, dulce hogar). Me sentía casi eufórica. Pero bastaron una decena de paradas a lo largo de la castellana, y un par de canciones de Sabina para que mi ánimo cayera bajo cero, exactamente igual que la temperatura exterior. Cuando me bajé del autobús 49, ya de noche y bajo la lluvia, me sentía casi deprimida, sólo deseando llegar a casa, descalzarme, poner la calefacción y tomar algo que me animara. Qué forma más rápida y desconcertante de cambiar que tienen las emociones algunas veces. ¿O esto sólo me pasa a mí?
El tenis español es algo más que Nadal, hoy ha quedado demostrado después de que Feliciano (ayssss, mi paisano) y Verdasco machacaran al dúo argentino.
Sandra Lagos se sienta en la parada del autobús. Y espera. Espera durante mucho rato. Al principio está tranquila, pero poco a poco se impacienta. Cuánto tarda en llegar el maldito autobús. Por fin, a lo lejos, ve aparecer un bus rojo. Sandra suspira, por fin, piensa mientras se incorpora. El autobús se acerca, Sandra ve el número, y no, no es el suyo. Vuelve a sentarse.
Cuánto quería a mi ratón blanco. Era mi mascota. Me pongo triste cuando pienso en él. Pero ahora quiero mucho al gato Negro. Es tan listo que a veces me asusta. Parece que adivina lo que pienso.
Mañana será luna llena. Y para no perder la costumbre, y para variarla un poco, esta vez creo una entrada para la luna "casi llena". Y a la vez hago honor a todas las situaciones en las que nos sentimos "casi": casi enamorados, casi felices, casi realizados, casi sanos, casi locos, casi tristes, casi cuerdos, casi enfermos, casi humanos, casi perdidos, casi animales, casi encaminados, casi libres, casi encarcelados... y tantos y tantos etcéteras.
Era la primera vez que entraba en una cueva no acondicionada para visitas. Y la única razón era porque me gustaba el chico que llevaba el grupo de espeleología de mi facultad. Se llamaba Miguel. Y no encontré una forma mejor de llamar su atención que uniéndome al grupo. A pesar de que sentía miedo de meterme por esas profundidades. Así que sin dudarlo me apunté a la visita de la cueva, no recuerdo ni su nombre, pero creo que estaba por Guadalajara.
Ahora que puedo decir que me he librado por primera vez en muchos años de ir al cementerio el día de Todos los Santos (costumbre instituida por mi madre), ahora que los turrones invaden las estanterías de las tiendas, y algún anuncio navideño sale ya en la tele, me gustaría poder librarme con tan fácilmente de la Navidad. No quiero que llegue. No quiero ver luces de colores, ni adornos, ni arbolitos, ni oir villancicos, ni aguantar anuncios sensibleros, ni películas ñoñas. No quiero lotería de navidad, ni cenas de navidad, ni regalos de navidad (mucho menos de Reyes). Quiero fugarme a un país (si existe alguno en este planeta) donde no se celebre la navidad. Y si no puede ser, hibernaré hasta que llegue el 10 de enero del 2009. Qué pena que no me pueda transformar en osa a voluntad.
Ayer iba en el autobús 42 y tuve la certeza de que conocía a la pasajera que iba sentada delante de mí. Una mujer de unos cincuenta años, con una tirita en la frente, que no había visto en mi vida. Me está pasando esto con frecuencia últimamente. Además de los dejá vu.