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miércoles, 5 de diciembre de 2007
Manos
De niña, sus manos atraían mi mirada irresistiblemente. Ella era sus largas y delgadas manos, de piel tersa y suave, que cocinaban, tendían la ropa, me bañaban, me vestían, que cogían mis manos cuando tenía miedo.
Sus manos jovenes. Cuando miro mis propias manos, veo las suyas reflejadas. Dedos largos, delgados, uñas almendradas, piel blanca y tersa, tendones moviéndose bajo la flexible piel, alguna vena azulada.
Sus manos ancianas. Ahora, cuando miro sus manos, veo las mías dentro de muchos años. Arrugadas, con venas abultadas, con manchas, delgadas hasta notarse los huesos, inflamadas por la artritis. Pero tan suaves y amorosas como cuando era niña. Incluso más.
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