Odio la primavera. Los días son cada vez más largos. Las noches son tan cortas. Debo permanecer todo el día encerrada en casa, las persianas bajadas, las cortinas echadas. Hasta que no es noche del todo, hacia las diez y pico, no puedo salir a la calle. Cada vez tengo menos horas para deambular, para disfrutar, para vivir. Y para comer.
Aunque víctimas no me faltan. Es la única ventaja que tiene el buen tiempo. La gente sale más a la calle, a tomar sus cervezas y sus tapas, se relaja, se desinhibe, y es más fácil decirles cuatro trolas y convencerlas para que vayan a mi piso. Tanto hombres como mujeres.
Allí, la cosa es muy fácil: un par de copas, una animada charla, unas sonrisas seductoras, unas miradas de reojo...
Y sus cuellos están a mi disposición, libres, blancos, suaves... Vírgenes.
Sus cuellos y todo su cuerpo.
Lo malo es que amanece tan pronto, que apenas da tiempo para nada.
Prefiero el invierno.
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