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sábado, 13 de octubre de 2007
Torso
En la penumbra de la habitación a media tarde, su torso brilla por el sudor.
La luz se filtra por las cortinas verde amarillentas. Él se mueve con suavidad, con firmeza, con brusquedad, con seguridad. Ella solo puede sentirle y mirarle y no saber muy bien dónde se encuentra. Ella sólo puede recibirle y moverse a su compás.
No hay palabras. No hay mentiras. Susurros, gemidos, caricias y besos. Nada más importa...
Tiempo detenido en mitad de la tarde otoñal. La eternidad existe, piensa ella con estupefacción completa. Ella no es ella, es solo un recipiente vacío para contenerle a él, es solo un recipiente completamente lleno de placer. Se observa por fuera, se observa por dentro, deja de controlar, deja de aparentar, se deja llevar por completo por sus sensaciones.
Los gemidos desembocan en unos gritos breves y seguidos, bastante fuertes.
Los dos acaban tumbados sobre las sábanas lilas, respirando entrecortadamente, fuera de si, más dentro de sí mismos que nunca, cada uno dentro de su piel, cada uno en la piel del otro, ambos unidos en un solo cuerpo.
Lo que parecía eterno, se acaba. Un suspiro hondo, desperezarse, hablar un poco, levantarse, ducha rápida, vestirse, unas palabras amables, y salir por la puerta con buenas intenciones. Quizá para no volver más....
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